Aprendí
a callar cuando ya veía que sobraban palabras, cuando no querían mi
explicación, mi visión de los hechos ni ningún argumento para defender mi
postura. Aprendí a callar y a esperar el ataque, sin defenderme.
Aprendí
a quererme en silencio, a valorarme en privado, así nadie podría arrebatármelo,
pero ser ignorante a los ojos de los demás tampoco es sencillo, pues más
difícil es demostrarles que están equivocados, dejémosles en su máxima
ignorancia, al contrario que ellos, no les quiero arrebatar su felicidad.
Tal vez
sea eso lo que me ahoga por dentro, haciéndome un nudo en el estómago queriendo
salir, sentirme amarrada de pies y manos, o mejor expresado, amordazada sin
poder articular palabra, puesto que estas se cortaban por otras más altas que
las mías.
No hay palabras que me puedan robar de mi labios si no las
he llegado a articular, no hay motivos de discusión si te cedo la razón! No
considero que tu tengas la verdad, solo que no cuestiono tu decisión no
exponiendo en duda la mía. Tan sencillo como dejarme ganar a una partida de
ajedrez para evitar lo que podría ser una guerra sin sentido alguno, quien
habla por encima del otro, quien corta a quien su explicación.
Y tal
vez la cultura se basa en leer más libros de fantasía y de historia, pero para mí se trata de saber diferenciar
entre fantasía e historia, de ir más allá de lo que te cuentan y usar tu cabeza
para contar, ¡qué más da lo que me digan lo demás! al fin y al cabo uno se
escucha a sí mismo.